Al final Dios triunfará sobre todas las cosas

 Al final Dios triunfará sobre todas las cosas



Esta reflexión se titula como uno de los mensajes privados que la Virgen María reveló a  una joven, Patricia Talbot,  en "El Cajas" de Ecuador. Es el título también del libro escrito por el Sacerdote P. Ricardo L. Mártensen fundador del movimiento de la Palabra de Dios, de donde voy a extraer los mensajes privados que nos ayudarán a reflexionar y acercarnos a Jesús.  (" Al final Dios triunfará sobre todas las cosas", P. Ricardo L. Mártensen, Editorial de la Palabra de Dios, Bs. As. - Argentina, 1997)

Las apariciones de la Virgen María se iniciaron en 1968. En ellas le reveló a Patricia la advocación con quien se daría a conocer en "El Cuenca": "Guardiana de la fe"

En uno de los mensaje María dice: "Yo no he venido para que me reconozcan  a mí sino para que reconozcan a mi hijo Jesús en su corazón". Nuestra querida Madre siempre con la humildad que la caracteriza, se ubica en un lugar en el que Ella no quiere ser el centro, el centro debe ser Jesús, el Dios hecho hombre, el Verbo encarnado, la Palabra: "En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres" (Jn, 1, 4) .

Es un pedido que toda persona debe aceptar libremente: reconocer a Jesús en el corazón. María usa el verbo reconocer, que revela una capacidad intrínseca del hombre, necesaria no sólo para las cosas del mundo, sino para aquello que nos trasciende como criaturas que somos: "«Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel»" (Lc. 2, 29-32). La Trascendencia de Jesús reconocida en nuestras vidas es vital y necesaria, para ser salvos e íntegros, tal cual Dios nos pensó desde la eternidad, al darnos su aliento de vida: "Entonces el Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida" (Gn 2, 7a)

Reconocer a Jesús implica unirse al proyecto de salvación que tiene sobre el hombre: "Al irse de allí, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». El se levantó y lo siguió." (Mt. 9, 9). Como le ocurrió a Mateo, cobrador de impuestos, Jesús representa un cambio radical en el proyecto de vida que  muchas veces parece resuelto y aceitado. Esto implica un salto de fe, que desestructura y renueva completamente, de manera nunca imaginada. Una fe que permite la movilidad del Amor de Jesús, que dinamiza para ser servidores de la humanidad: "Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres»." (Mc. 1, 16-17)

En definitiva, reconocer a Jesús, nos saca de nuestras  vidas parcas, chatas, egoístas, individualistas, pecadoras y desinteresadas del próximo, del que sufre, del marginado: "Jesús entró en Jericó y atravesaba la cuidad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era el jefe de los publicanos. El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí, Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador». Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más». Y Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombres es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido»." (Lc. 19, 1-10)

Por último, jesús nos asocia a su Sagrado Corazón con la promesa de la vida eterna: "Después de hablar así, Jesús levantó los ojos al cielo, diciendo: «Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti, ya que le diste autoridad sobre todos los hombres, para que él diera Vida eterna a todos los que tú les has dado" (Jn. 17, 1-2)

María no ha venido a ser reconocida, sino a advertir y a exhortar. En otro de los mensajes privados transmite: "Hijos es el tiempo de la purificación de las almas. El camino es corto, se acercan grandes catástrofes para la humanidad, la tercera guerra mundial amenaza al mundo como también catástrofes naturales; catástrofes creadas por el hombre" "Hijitos, sientan que todo lo que hacen beneficia al mundo. Sus oraciones, penitencias , ayunos..."

No podemos negar la actualidad de este pedido y advertencia de la "Guardiana de la fe". Hoy en carne propia vivimos estos peligros y catástrofes que suceden y nos acechan. Sólo con nuestras oraciones, ayunos y penitencias, podemos cambiar el rumbo de nuestra historia, por la gracia que Dios concede a los pedidos y súplicas  de sus hijos amados: "Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan!"(Mt. 7, 7-11) 

Dios no quiere dejarnos solos y desamparados ante el mal del mundo, por ello estas advertencias y pedidos revelados por María. El tiempo de purificación ha llegado. Hoy es necesario que por la gracia  de Dios nuestras almas se purifiquen y se conviertan. No hay tiempo que perder. Hay que actuar confiados en que Jesús nos acompaña siempre. Él nos a enviado el Paráclito: "Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto»" (Lc 24-49). Jesús nos dice que permanezcamos, el Espíritu Santo nos revestirá con su fuerza que viene de Dios, por ello no debemos temer ni desfallecer ante el mal que actúa, sin duda alguna en el mundo. Y nos ha prometido estar con nosotros hasta el fin de los tiempos: "Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo»." (Mt. 28, 18-20) Su fidelidad y compañía la podemos comprobar a lo largo de la historia, a través de los signos y milagros que ha seguido realizando después de su ascensión a los cielos. María ha sido quien ha hecho posible y transmitido la presencia, amor y gracia de su Hijo, a través de sus muchas  apariciones en diversos lugares del mundo, generando la conversión y la detención de muchas catástrofes. No está en esta reflexión el  objetivo de relatarlas. Para ello se deberán recurrir  a otras fuentes que dan crédito de esta constante intervención del Hijo de Dios a través de su Madre en el mundo en que vivimos.

Las vidas de tantos santos y mártires que vivieron bajo la luz  de nuestro Señor son las pruebas vivientes de su paso fiel y constante por nuestro azotado mundo.

María no viene a asustarnos con  sus mensajes, sino a levantarnos el velo que cubre los ojos, para poder mirar la realidad que acontece como lo hacía Jesús cuando anunciaba la buena nueva a los hombres: "Cuando llegaron a Betsaida, le trajeron a un ciego y le rogaban que lo tocara. El tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo. Después de ponerla saliva en los ojos e imponerle las manos, Jesús le preguntó: «¿Ves algo?». El ciego, que comenzaba a ver, le respondió: «Veo hombres, como si fueran árboles que caminan». Jesús le puso nuevamente las manos sobre los ojos, y el hombre recuperó la vista. Así quedó curado y veía todo con claridad."  También  quiere que nos involucremos en esta realidad con la gracia de Dios, para transformarla en un mundo mejor: "Al enterarse de eso, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para esta a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: «Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos». Pero Jesús les dijo: «No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos». (Mt.14,13-16) Aquí podemos ver como Jesús involucra a los discípulos en la realidad que viven junto a otros necesitados y marginados de aquella sociedad. María en su petición quiere hacer lo mismo con nosotros.

La oración, ayuno y penitencia que nos pide, van acompañados de la acción que el Espíritu Santo impulsa, respetando siempre la libertad. Dios cuenta con las capacidades y dones que ha puesto en cada uno para establecer su Reino, para  que todas las almas se salven  y  que nadie quede fuera de la gran fiesta, el gran banquete  de la vida eterna: "El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren". Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados." (Mt. 22, 8b-10)

Finalmente, el mensaje de nuestra amada Madre, que presentaba al inicio de la reflexión: "Hijos al final Dios triunfará sobre todas las cosas" cuánta esperanza y tranquilidad transmite al corazón. La victoria sobre  todas estas calamidades, corrupciones y guerras del mundo actual esta garantizada, por lo tanto no debemos turbarnos. Cristo ya lo hizo muriendo en la Cruz y resucitando por toda la humanidad. Ha vencido ya al príncipe de este mundo, al demonio, quien propicia en el corazón del hombre su propia destrucción: 
"porque el demonio es pecador desde el principio. Y el Hijo de Dios se manifestó para destruir las obras del demonio." (1 Jn. 3, 8b) .

María, Misionera de Dios, vino  a despertarnos de la ceguera que el mundo sufre por no reconocer a su  Hijo, el Dios vivo, victorioso y triunfante ante el mal de todo el mundo.






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