Con lo que somos, peregrinamos a los santuarios de María

 Con lo que somos, peregrinamos a los santuarios de María




Muchas veces habrás visto o participado de peregrinaciones a distintos santuarios donde se apareció María, o fiestas de las patronales de las advocaciones marianas de distintos pueblos y ciudades. Es conmovedor  ver  tanta gente y a veces multitudes, ir orando y pidiendo por sus necesidades personales, comunitarias o de terceros. Esta expresión popular no puede pasar desapercibida y amerita una reflexión profunda.

Cuando Jesús enseñaba de pueblo en pueblo Galilea y  Cafarnaúm, era seguido por multitudes, a  medida que se iban enterando de los signos y milagros que realizaba para dar a conocer el Reino de Dios. Sus palabras que eran Palabras de vida, llegaban profundamente a los corazones de aquellas personas. Eran curados, sanados y convertidos a una nueva vida, de hijos de Dios.

Esto sucedía muy a menudo en la vida pública de Jesús, podemos recordar el pasaje tan conocido del milagro de la multiplicación de los panes: "En esos días, volvió a reunirse una gran multitud, y como no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. Si los mando en ayunas a sus casas, van a desfallecer en el camino, y algunos han venido de lejos». Los discípulos le preguntaron: «¿Cómo se podría conseguir pan en este lugar desierto para darles de comer?». el les dijo: «¿Cuántos panes tienen ustedes?». Ellos respondieron: «Siete». Entonces él ordenó a la multitud que se sentara en el suelo, después tomó los siete panes, dio gracias, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. Ellos los repartieron entre la multitud. Tenían, además, unos cuantos pescados pequeños, y después de pronunciar la bendición sobre ellos, mandó que también los repartieran. Comieron hasta saciarse y todavía se recogieron siete canastas con lo que había sobrado. Eran unas cuatro mil personas. Luego Jesús los despidió." (Mc 8, 1- 9)

Se puede ver que en el primer versículo el texto dice: "En esos días, volvió a reunirse una gran multitud" y al final  "eran unas cuatro mil personas". No podemos negar este hecho histórico que generaba Jesús en miles de personas. Es el Jesús  que se compadece "Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer." Toda esa muchedumbre lo está buscando para sanar sus dolencias de todo tipo, corporales y espirituales. Todos tienen necesidad y están dispuestos sacrificarse  para alcanzarlo, escucharlo y ser sanados. Jesús ve este sacrificio humano y se compadece y manda a sus discípulos que le den de comer.

En otras ocasiones Jesús, ante la multitud que necesita de él, sube a una barca para no ser apretujado y poder dar sus enseñanzas: "En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca" (Lc 5, 1-3)

También la multitud que lo seguía se agolpaba en las casas en donde Jesús se encontraba enseñando: "Unos días después, Jesús volvió a Cafarnaúm y se difundió la noticia de que estaba en la casa. Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siguiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra. Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados»" (Mc 2, 1-5)

Jesús es el verdadero santuario viviente que atrae a multitudes para curar sus dolencias y necesidades espirituales, sanando sus corazones y devolviéndoles una vida propia de los hijos de Dios. El evangelista Juan nos lo dice con toda claridad: "Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar». Los judíos le dijeron: «Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero él se refería al templo de su cuerpo." (Jn, 2, 20-21)

Los Santuarios donde se venera a María, son santuarios del Hijo, por voluntad del Padre y acción del Espíritu Santo. Es María que se hace servidora nuestra para que por su intercesión,  su Hijo reciba cada una de las necesidades de aquellos que con fe, humildad y sencillez se acercan.

Muchos critican esta fe popular. Quizás es una fe inmadura todavía, pero es válida y suficiente para Jesús, tal cual lo era cuando el estaba en la tierra. Y mucho más, es tenida en cuenta por el pedido incondicional de su Madre, quien haciéndose servidora de la humanidad, sabe pedir y orar por cada uno  de los peregrinos que se acercan a cada santuario mariano. Jesús no mide la fe, la toma y la hace crecer como la semilla de mostaza que llega a convertirse en un árbol frondoso, para quienes abrazan su Palabra y la viven junto a otros, dando testimonio de ella:  "También decía: «¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra»" (Mc. 4, 30-32) Esto es lo que sucede a través de  los signos, milagros y conversiones que se realizan en los santuarios, concretamente a través de María, intercediendo por  sus hijos pequeños.

María es puerta para encontrarse con la salvación y la misericordia de su Hijo, que nos libera a través de ella, que nos ama con el Amor de Dios que la habita:  "El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo»" (Lc, 1 28) y el evangelista  Lucas también nos confirma que María es puerta para llegar a Jesús: "Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor»." (Lc 1, 41-45)

Los santuarios a los cuales concurren miles de peregrinos,  son pozos de agua viva, donde cada persona se encuentra con Jesús, de una manera especial. Jesús le dice a cada peregrino:  "pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna»." (Jn 4, 14) Es el agua el Espíritu Santo que llena los corazones de aquellos que se acercan: cansados, desilusionados, desesperados, angustiados, temerosos, desahuciados, sin sentido de vida, miserables por su pecados, desamparados, marginados, abandonados, enfermos, desconsolados, vacíos de corazón, descartados. Es la humanidad, con su naturaleza herida, que con lo que es, quien peregrina buscando un nuevo horizonte para su vida.

María con su presencia maternal, nos atrae a Jesús para iniciar un camino de conversión que nos lleve a la vida eterna, por ello no es una curandera de turno, aunque sucedan curaciones milagrosas. El mandato de Jesús a los pies de la Cruz nos confirma en la fe esta misión: "Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa." (Jn 17, 26-27)
La gran misión de María, es acercarnos a la promesa de su Hijo, al gran banquete donde toda la humanidad esta invitada: "Entonces les dijo: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación." (Mc. 16, 15) Todos estamos llamados. La voluntad de Dios es que todos se salven: "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo»" (Mt. 17, 5b).
María viene a enseñarnos a escuchar a Jesús, cumpliendo así la voluntad del Padre. Los santuarios son lugares especiales para escudar a Jesús y vivir lo que el nos dice en nuestras vidas personales y comunitarias.

Jesús quiere que las multitudes vuelvan a escucharlo y a experimentar los signos y milagros del Reino de Dios, y ha elegido a María para que sea la mediadora de todas estas gracias, desde los tiempos de inicio de la iglesia a los actuales.

Aquel peregrino que nos sabemos comprender por su actuar, siendo lo que es un, pecador, sin dudas esta muy cerca del Reino.

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