La idolatría
En esta reflexión queremos descubrir aquellos ídolos que muchas veces ocupan en nuestros corazones el lugar que debe ocupar el verdadero y único Dios, la Santísima Trinidad.
El hombre queda preso en si mismo y pierde su libertad al ofrecer su vida a dioses creados por el mismo. Estos dioses son de barro, superfluos y no tienen vida.
Podemos rescatar que todo hombre se encuentra en la búsqueda de alguien que lo trascienda, pero sólo en la búsqueda se pierde. No es el hombre que por si sólo pueda. Debe el hombre ser guiado por el amor del verdadero Dios, de lo contrario cae irremediablemente en las idolatrías. Es Dios mismo quien se revela al hombre para darse a conocer y ser ÉL quien ocupe el espacio que se merece en los corazones de los hombres.
En el libro de Levíticos se nos dice: "No se fabriquen ídolos ni se erijan imágenes o piedras conmemorativas; no pongan en su tierra piedras grabadas para postrarse delante de ellas, porque yo soy el Señor, su Dios. Observen mis sábados y respeten mi Santuario. Yo soy el Señor." (Lev. 6, 1-2) y en el libro de Éxodo Dios dice al hombre: "Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar en esclavitud. No tendrás otros dioses delante de mí. No te harás ninguna escultura y ninguna imagen de lo que hay arriba, en el cielo, o abajo, en la tierra, o debajo de la tierra, en las aguas. No te postrarás ante ellas, ni les rendirás culto, porque yo soy el Señor, tu Dios, un Dios celoso, que castigo la maldad de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación, si ellos me aborrecen; y tengo misericordia a lo largo de mil generaciones, si me aman y cumplen mis mandamientos." (Ex. 20, 2-6)
La primera conclusión de estos pasajes de la biblia es que la idolatría es una ofensa grave al verdadero Dios. Es un pecado que daña lo mas profundo del ser del hombre, porque su corazón engañado y estafado así mismo, cree tener algo pero no tiene nada. En realidad tiene un enorme vacío lleno de algo muerto que nunca podrá satisfacerlo y darle la felicidad que tanto anhela.
Los ídolos que se fabrica el hombre tiene diversas indoles: el orgullo, la vanidad, la comodidad, la mediocridad, la lujuria, la sexualidad, el consumismo, el amor cerrado a uno mismo, deportes, personas, el egoísmo, el individualismo, ideologías, el poder, la corrupción etc.
Estos ídolos hacen perder al hombre el verdadero horizonte de la vida, que sólo Dios verdadero y vivo puede darle. Sumido y esclavizado por ellos, el hombre experimenta falsas experiencias de felicidad que son momentáneas y superfluas. Ninguno de ellos puede satisfacerlo de su sed de amor y libertad, pues se encuentra sumido y deshumanizado. Se pierde toda posibilidad de acceso a Dios generando en él un vacío existencial que lo sumerge en la desesperación por el ídolo que no puede ofrecerle nada a cambio, más que placeres momentáneos
Las consecuencias de no seguir al Dios verdadero son nefastas, conducen a la muerte corporal y espiritual del hombre. Hoy el hombre que ha olvidado a Dios a llevado a la humanidad a un gran declive olvidando sus mandatos que lo guiaban. El evangelio de Mateo dice: "«Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?». Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas»" (Mt. 22, 36-40)
Jesús viene a rescatar al hombre exhortándolo a dejar todo tipo de idolatría y reconforta el corazón poniendo luz en la oscuridad y necedad de los corazones del hombre revelándoles y recordándoles el primer mandamiento.
Un corazón que responde a este mandato del Señor se convierte y se pone al servicio del verdadero amor que si lo reconforta y le proporciona la verdadera felicidad.
Podemos recordar el pasaje donde María llena del Amor de Dios, expresa tan hermosa alabanza: "María dijo entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre»." (Lc. 1, 46-55)
María, es el ejemplo vivo de lo que es amar a Dios sobre todas al cosas, cumpliendo la voluntad de Dios de ser madre del Salvador.
Hay muchos relatos de personas que tenían idolatrías y que abrazando al verdadero Dios se convirtieron dejándolo todo para hacer el bien a los demás. Este es el caso de Zaqueo: "Jesús entró en Jericó y atravesaba la cuidad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era el jefe de los publicanos. El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí, Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador». Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más». Y Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombres es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido»." (Lc.19, 1-10)
La parábola del hijo pródigo o parábola del Padre misericordioso, relato contado por Jesús, donde uno de de los hijos de un Padre abandona la casa tras el ídolo del dinero, la vana gloria y el libertinaje: "Jesús dijo también: «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!". Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros". Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo". Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la fiesta." (Lc. 15, 11-24)
Estos dos relatos bíblicos no ilustran de forma excepcional las consecuencias que trae la idolatría y el bienestar de poner el corazón en el amor del único y verdadero Dios. Nada se compara con la experiencia de seguir una vida sin sentido y una vida guiada y vivida profundamente desde el amor misericordioso y eterno que nos regala Dios.
Es necesario reconocer las idolatrías para poder abandonarlas y para ello necesitamos de la ayuda divina, que nos llega a través de la Palabra de Dios. Palabra que llega a lo profundo y es capaz de desterrar cualquier ídolo instalado. La Palabra es efectiva, es el mismo Jesús que limpia y purifica el corazón, dando lugar también al paso del Espíritu Santo que vivifica y renueva esa Palabra en cada instante de la vida.
El demonio esta empecinado de que el hombre olvide la presencia real de Dios y adopte los ídolos que él le propone al hombre a lo largo de la vida, de forma sutil y placentera. El enemigo nunca descansa siempre esta al acecho, esperando la oportunidad de confundir y de persuadir al hombre a usar mal su libertad, esclavizándolo y llevándolo a la muerte.
Dejar de vivir con ídolos es un gran desafío para estos tiempos, pero no es imposible. Todo es posible para Dios. Nada queda fuera de su alcance. La vida miserable y herida producida por esta manera errada de vivir, es sanada, purificada y renovada. Sólo es necesario un "si" profundo y sincero, como el de María: "«Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho»" (Lc., 1-38)
Le pidamos a María que nos acerque a Jesús para poder salir de estas situaciones de esclavitud.
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